martes, 5 de octubre de 2010

Wall Street. El dinero nunca duerme (Wall Street. Money Never Sleeps, Oliver Stone, 2010)



THE FROZEN TRUTH

En 1987 se estrenaba Wall Street, una película dirigida por Oliver Stone que pretendía ser una crítica despiadada al mundo de la bolsa pero conseguía todo lo contrario a sus pretensiones, ensalzando la figura del carismático tiburón de las finanzas Gordon Gekko y haciendo que cientos de espectadores alrededor del mundo contemplasen la opción de convertirse en un broker. Tan jugoso papel recayó en un, por entonces, poco valorado como actor Michael Douglas que, pese a su popularidad, no conseguía extraerse la etiqueta de hijo de Kirk Douglas. Su trabajo le proporcionó su único Oscar interpretativo (había ganado otro, varios años antes, en calidad de productor por Alguien voló sobre el nido del cuco (One Flew Over the Cuckoo's Nest, 1975) de Milos Forman) y el respeto unánime de la industria cinematográfica.

Han pasado 23 años desde entonces y ahora, después de las malas críticas y pésimas taquillas de sus últimas producciones, es el realizador el que se encuentra en una posición difícil. Este es el verdadero motivo por el cual el director ha dedidido que era el momento ideal para reunirse de nuevo con Michael Douglas y continuar la historia del icónico empresario, resultando un mero oportunismo el hecho de que nos encontremos en medio de una crisis económica mundial, porque no nos engañemos, la nueva versión de Wall Street no hace crítica alguna a la situación en la que vivimos, se trata únicamente de intentar reverdecer laureles y de recaudar el máximo dinero posible en taquilla.

Y es una pena porque a priori, la idea de que Stone hiciera una secuela de uno de sus primeros éxitos con la problemática económica actual que padecemos, parecía una oportunidad única para recuperar la visión crítica sobre la sociedad norteamericana que le caracterizaba (y que ha perdido en los últimos años con sus documentales partidistas y maniqueos sobre dictadores de izquierdas como fueron Comandante (2003) sobre la figura de Fidel Castro o Al sur de la frontera (South of the Border, 2009) alrededor de Hugo Chávez, más cercanos a panfletos políticos amiguistas que a verdadero cine), pero en lugar de ello, demuestra que ha perdido toda mordiente.

La acción tiene lugar en 2008, 20 años después de la original. Gordon Gekko, después de pasar 8 años en prisión, vive retirado del mundo de las finanzas y se encuentra promocionando el libro que acaba de publicar sobre la crisis económica que se avecina. Su hija Winnie, que le culpa de las desgracias por las que pasó su familia y que se niega a verle, está prometida con Jake, un broker con interés por las energías renovables y el medio ambiente que planea vengarse del dueño de una compañía rival al que culpa de destruir a su mentor. Gekko le ofrecerá su ayuda a cambio de que él le ayude también a recuperar la relación con su hija.

Si en la película de los ochenta el argumento versaba sobre la atracción que ejerce el poder, presentando toda una serie de personajes codiciosos y arribistas, y demostraba lo fácil que era corromper a cualquiera con un poco de dinero, en esta segunda entrega han borrado todo rastro de complejidad y dualidad moral. La escala de grises ha desaparecido por completo, siendo los personajes o buenos o malos (la integridad del protagonista está siempre fuera de toda duda), a excepción de Gordon Gekko pero el guión es tan pésimo que en ningun momento es posible que alguien llegue a pensar que se haya redimido (por mucho que en su parte final quieran jugar con la sorpresa y hacernos creer que estamos viendo uno de los juegos fílmicos de David Mamet, sin darse cuenta que en todo momento hemos sido conscientes del farol y de las cartas marcadas), de hecho, el libreto parece más interesado en la ecología (con momentos "didácticos" que parecen sacados de Una verdad incómoda (An Inconvenient Truth, 2006) el documental dirigido por Davis Guggenheim sobre las charlas que daba Al Gore sobre la destrucción de la capa de ozono) que en darle una mínima entidad dramática a Jack o a su historia de venganza personal, logrando que sus acciones nos resulten, en algun momento, incomprensibles y que la historia carezca de interés, obligando a todo el reparto a hacer lo que puede con unos personajes unidimensionales y, a veces, directamente estúpidos (como el de la madre de Jack, encarnada por una esforzada Susan Sarandon), siendo las apariciones de Michael Douglas el único aliciente de la propuesta, algo que debería resultar insuficiente para obligar a alguien a pagar lo que cuesta una entrada de cine, ya que como saben, estamos en tiempos de crisis.

Sergio Herrada Ruiz

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