miércoles, 24 de noviembre de 2010

Strings (Anders Ronnow Klarlund, 2004)

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CON CUERDA PARA RATO


Corría el Festival de Sitges 2004 y una desconocida película de marionetas danesa dejaba a todos boquiabiertos y se llevaba sin hacer ruído el premio Ciudadano Kane al director revelación y una mención especial del jurado por su originalidad y valentía. Han tenido que pasar casi 6 años para que el excelente filme de Anders Ronnow Klarlund se estrene en nuestro país aunque lo haga en un estreno directo a DVD.

La historia (claramente influenciada por los dramas de Shakespeare) nos presenta al joven príncipe Hal, decidido a vengar el asesinato de su padre en manos del jefe de una tribu enemiga (en realidad todo es una trampa urdida por su infame tío que aspira al trono y que confabula para que Hal muera traicionado por su fiel ayudante, camino a una guerra sin sentido), aunque esto es sólo el punto de partida inicial. Rápidamente (y tras un giro del guión) se descubre su complejidad argumental, un entramado de personajes bien definidos (todos y cada uno con unas motivaciones diferenciadas muy claras) que luchan (o son obligados a luchar) por lo que creen y que tendrán un final coherente con el desarrollo tanto del relato como de sus protagonistas.

A pesar de contar con el handicap inicial de que los personajes sean marionetas (ya sabéis, muñecos de madera, fríos y con una única expresión en el rostro), el director consigue emocionar al espectador gracias a utilizarlas no como un mero ejercicio de animación sino como metáfora, optando por integrarlas en el relato (las marionetas saben que lo son), lo que le permite sorprender con grandes ideas visuales (la manera en la que el protagonista recupera la movilidad en una mano después de una lucha, la forma en que se suicida el rey, el nacimiento de un bebé, la forma de inmovilizarlos en una prisión, mostrando como se impide la entrada o salida de la fortaleza, etc.) y expresando de una manera muy gráfica, cuestiones universales tales como la fragilidad de la vida humana (nuestra vida pende de un hilo, es tan fácil arrebatar una vida humana como cortar una cuerda) o la, aparente, imposibilidad de escapar a nuestro destino (parecer que no somos los autores de nuestros hechos, que somos marionetas movidas por un poderoso demiurgo al que nos es imposible ver). Con todos estos conceptos y elementos, Klarlund construye una hipnótica película de una belleza plástica impresionante, con una muy cuidada banda sonora y barnizada, cual marioneta, con un baño de épica y tragedia griega muy logrado.

¿Por qué no llegan a nuestras pantallas propuestas tan originales y arriesgadas como ésta? ¿Qué les pasa a las distribuidoras de este país? ¿No se saben valorar los premios logrados por éste u otros filmes? ¿Por qué se estrena cualquier nimiedad americana y sin embargo siguen sin encontrar distribuidora algunas de las propuestas europeas de género más estimulantes de los últimos años ¿Acaso no hay un público adulto capaz de apreciar una buena película de género? Arriesgados y excelentes largometrajes como À l'intérieur (Alexandre Bustillo y Julien Maury, 2007), Vinyan (Fabrice Du Welz, 2008), Eden Lake (James Watkins, 2008) o Enter the Void (Gaspar Noé, 2009) aún permanecen inéditos en suelo español si no contamos proyecciones en festivales y/o muestras de cine, donde además han cosechado premios y buenas críticas a partes iguales. Entonces, ¿Si su calidad e interés están fuera de toda duda ¿Por qué no se estrenan? Si a esto le sumamos la clasificación X que recibió en España Saw 6 (Kevin Greutert, 2009) hace un año o el reciente secuestro bajo excusa de investigación judicial sufrido por A Serbian Film (Srdjan Spasojevic, 2010) que impidieron su proyección en las respectivas semanas de cine fantástico de San Sebastián, Molins de Rei y Málaga, la polémica está servida.


Sergio Herrada Ruiz

sábado, 20 de noviembre de 2010

La ley de la calle (Rumble Fish, Francis Ford Coppola, 1983)

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THE MOTORCYCLE BOY REIGNS


¿Qué ha pasado con los grandes directores americanos que surgieron en la década de los 70? ¿Por qué parecen haberse hundido en películas vacías, sin sentido y totalmente alimenticias (salvo honrosas excepciones, como por ejemplo el cada vez más infravalorado Steven Spielberg o los recuperados Martin Scorsese y Roman Polanski)? 
Podría seguir planteando preguntas sin respuesta durante horas, causadas por la impotencia de ver a clásicos modernos convertirse en completos desconocidos para las nuevas generaciones. Uno de ellos es Francis Ford Coppola, un creador no muy personal (siempre se le dieron muy bien los trabajos de encargo) aunque, de vez en cuando (sobretodo en los años 80), nos sorprendió con alguna joya mucho más propia que su grandilocuente y más conocida obra. La ley de la calle (Rumble Fish) es una de ellas y seguramente también sea la mejor.


Coppola había tenido sendos fracasos comerciales consecutivos, Apocalypse Now (1979) que le dejó prácticamente arruinado y, la infravalorada y muy recomendable, Corazonada (One From the Heart, 1982), cuando decidió enfrascarse en la tarea de adaptar dos novelas en un mismo año de la precoz escritora, S. E. Hinton, un díptico cinematográfico sobre el difícil paso a la edad adulta formado por Rebeldes (The Outsiders, 1983) y la película que ahora mismo nos ocupa.


El filme cuenta la historia de Rusty James (Matt Dillon), un adolescente que añora tiempos pasados. Una época donde las pandillas, regidas por su particular código del honor, lo eran todo y donde su hermano, "El chico de la moto" (Mickey Rourke), era el líder indiscutible. "El chico de la moto" regresa para mayor alegría de Rusty pero ha cambiado, ya no le preocupan ni las pandillas ni las peleas, e intentará hacerle ver la clase de mundo en el que vive y donde puede acabar si sigue por ese camino.


La película posee dos grandes bazas a su favor, por un lado su pareja protagonista, un jovencísimo Matt Dillon que muestra a la perfección toda la inocencia y rebeldía que Rusty necesita y un excelente Mickey Rourke ( la falta de color siempre le sienta bien, como se vió también en Sin City) en su mejor trabajo hasta la fecha, capaz de cargar con prácticamente toda la complejidad del filme y convirtiendo su imagen en motocicleta en icono para toda una legión de seguidores, y por el otro, el gran trabajo de su director que imprime a "La ley de la calle" un marcado tono pesimista (comenzando por el blanco y negro, más una razón argumental que estilística) que no desaparece ni en su, en principio, esperanzador final.


El chico de la moto intenta que su hermano menor comprenda lo que la vida le ha enseñado, que los sueños no tienen porque cumplirse pero que hay que esforzarse por alcanzarlos, comenzando por esa deseada libertad que les es negada en su ciudad, una especie de pecera gigante (al igual que esos peces de colores que obsesionan a Mickey Rourke y que quiere soltar en el río, en la metáfora más clara de todo el metraje) que les aprisiona y que les obliga a luchar hasta consigo mismos por culpa de la impotencia y de la rabia contenida, un simbolismo que también se ha visto recientemente en la estupenda película de Andrea Arnold, Fish Tank (2009). Un lugar donde no se permite la redención (ese policía que siempre sigue al personaje de Rourke esperando a que haga algo), un mundo gris y sin futuro que Coppola nos muestra como si lo viésemos a través de los ojos del chico de la moto (él es daltónico y es incapaz de discernir entre dos colores que no sean el blanco y el negro) y su visión es la película.


El otro gran tema que recorre el filme es el paso del tiempo, el siempre problemático paso a la edad adulta que te obliga a madurar, a tomar decisiones y a frontar tus problemas. Rusty no quiere que el tiempo pase, quiere volver atrás, regresar a la moda pandillera donde todo parecía más sencillo y, en el fondo, se era más feliz. Para acompañar dicho mensaje, el director va insertando relojes a lo largo de todo el metraje, aunque el más recordado de todos es el que no tiene agujas, creando con ello una doble lectura ya que refleja la oposición de Rusty al devenir del tiempo y el no future del chico de la moto (acechado además en esa escena por el policía, su eterno perseguidor).


Desgraciadamente, pese al triunfo de la mucho más optimista Rebeldes que lanzó a la fama a toda una generación de actores conocida como el Brat Pack (panda de mocosos) y llenó de pegatinas las carpetas de millones de adolescentes de todo el planeta, la taquilla no acompañó a la nueva propuesta del director de la saga de El padrino (The Godfather), aunque, por suerte para nosotros, el tiempo ha puesto las cosas en su lugar (lo siento Rusty, no conseguiste detenerlo) y hoy en día, La ley de la calle está considerada como uno de los filmes más logrados y personales de su autor.


Sergio Herrada Ruiz

domingo, 31 de octubre de 2010

Exit Through the Gift Shop (Banksy, 2010)


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ENVUÉLVEMELO PARA REGALO

Diez años atrás, con la llegada de Internet y de las primeras redes sociales, el graffiti que siempre se había caracterizado por ser un arte perecedero y, normalmente, de breve exposición, dio lugar a un nuevo movimiento cultural que, bajo el nombre de arte urbano, englobaba a diferentes artistas que en lugar de hacer sus obras simplemente con sprays, se ayudaban de pegatinas, plantillas y pósters para sus composiciones. La red se llenó rápidamente de personas que se encargaban de fotografiar y recopilar estos nuevos graffitis, cuando no eran sus propios autores los que compartían las imágenes, siendo ésta una manera de hacer que estas creaciones artísticas perdurasen en el tiempo, además de servir para que pudiesen conseguir más reconocimiento y notoriedad y lograr así quitarse la etiqueta de vándalos que siempre les había perseguido. Aún así, se consideraban obras ilegales, por lo que siempre se agradecía la ayuda de otra persona que vigilase por si aparecía la policía, siendo de esta forma como Thierry Guetta, un francés residente en Estados Unidos que vivía obsesionado por grabar todo lo que sucedía a su alrededor debido a un trauma de la infancia (le ocultaron la enfermedad terminal de su madre), se adentró en el mundo del Street Art, vigilando a la vez que les grababa. 

Thierry comenzó persiguiendo a su primo Space Invader, que debía su sobrenombre a los mosaicos que pegaba en las paredes con las naves del famoso videojuego homónimo, para pronto interesarse por otros artistas como Shepard Fairey, que bajo el lema de Obey encolaba pósters con la cara del difunto luchador de wrestler André el gigante y que años después, esta vez bajo el lema de Hope, se encargó de hacer lo propio con la cara Obama, ayudando sobremanera a su campaña electoral, y, finalmente, por Banksy, polémico y misterioso artista británico (nunca se ha dejado fotografiar el rostro por lo que, excepto sus amistades, nadie sabe quién es) que se dio a conocer llenando las paredes de Londres con sus plantillas de dibujos políticos para después hacerse mundialmente famoso pintando sobre el muro de Gaza. De hecho fue este último quien al comprobar, al cabo de unos años, que Thierry poseía cientos de grabaciones, le animó para que intentase montarlas y hacer un documental. Pero, al ser incapaz de darle una coherencia a todo el material filmado, acabó siendo el propio Banksy el que se hizo cargo del montaje final, sobretodo cuando Guetta, bajo el apodo de Mr. Brainwash, decidió probar suerte e intentar convertirse también en un artista y montar su propia exposición, copiando todo lo que había aprendido tras tanto tiempo detrás de la cámara, siendo Exit Through the Gift Shop el resultado de todo ello.

Lo primero que piensa uno al finalizar la película es sí todo lo que acaba de ver es verdad o es un engaño muy bien orquestado por el director, en la línea de los falsos documentales I'm Still Here (Casey Affleck, 2010) o Borat (Larry Charles, 2006). Pero más allá de todo esto, lo que queda es un lúcido relato sobre como una forma de expresión artística que empezó de manera crítica, alternativa y completamente altruista, se pervirtió al convertirse en moda y pasó a enriquecer los bolsillos de todos sus abanderados.


Banksy se sirve de un argumento sencillo y en tono cómico para, en primer lugar, intentar lavar su imagen (y su discurso) dejando bien claro que el dinero nunca fue el verdadero fin de este movimiento cultural, que todo eso vino después y que únicamente aprovecharon la oportunidad que se les presentó, para después realizar una ácida crítica al arte contemporáneo en general y a la facilidad que tienen los medios de encumbrar a nuevos artistas sin ni siquiera darles tiempo de demostrar su valía, debido sobretodo a la accesibilidad e inmediatez de cualquier expresión artística gracias a internet, lo que provoca la creación y búsqueda constante de nuevos valores y que todos quieran sentirse los descubridores de un nuevo pintor, músico o director de cine, fabricando artistas de la nada para luego obviarlos un minuto después cuando consideren que han perdido interés al hacerse conocidos por el gran público, creando un interesante debate sobre la durabilidad del arte en la actualidad.

Si a todo ello, le sumamos la peculiar forma con la que el protagonista trata de alcanzar "el sueño americano", convirtiéndose en un maestro del copy and paste (de hecho, antes de comenzar a grabar su colección de vídeos, ya se dedicaba a customizar ropa de segunda mano y venderla cientos de dólares más cara) y en todo un ídolo para la generación de El rincón del vago, el resultado no puede ser otro que una fascinante e imprescindible película.

Sergio Herrada Ruiz

miércoles, 20 de octubre de 2010

Festival de Cine de Sitges 2010 (07-17/10/2010)


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Con el paso de los años, las ediciones de un mismo festival sólo se recuerdan por las películas premiadas en lugar de por las que más calidad tenían, algo totalmente injusto y más en esta edición en particular donde se ha permitido que dos de las mejores películas proyectadas durante el festival como son Confessions (Tetsuya Nakashima, 2010) y Secuestrados (Miguel Ángel Vivas, 2010) se fueran de vacío, en pos de dos nimiedades como Rare Exports: A Christmas Tale (Jalmari Helander, 2010) que posee una buena idea de partida y un final apoteósico pero un desarrollo de lo más vulgar (eso sí, envuelto en una espléndida fotografía y una buena banda sonora que la hace más digerible) y Rubber (Quentin Dupieux, 2010) que no pasa de ser un chiste muy alargado pero que al parecer ha sido convertida en obra de culto por modernos y friquis en general, que han logrado los mayores reconocimientos: En el caso de la primera ha recibido los premios a mejor película, director y fotografía (además de una mención especial de la federación europea de cine que otorga los premios méliès), y para la segunda, el premio de mejor película concedido por el jurado joven, el premio Citizen Kane al director revelación y el méliès de plata a la mejor película europea proyectada durante el festival.
Y es una pena que esto suceda porque, a pesar de la irregularidad de su programación (algo, por otra parte, completamente normal cuando se proyectan alrededor de 150 cintas), ha sido una edición que ha apostado por el cine independiente y el riesgo de traer (y descubrir) cine fantástico y de género de nacionalidades, cuando menos, curiosas, así que aprovecharé para enumerar las películas que considero deberían perdurar en la memoria colectiva de sus asistentes en lugar de esas dos.

De Serbia llegó el mayor bluff de este año, A Serbian Film (Srdjan Spasojevic, 2010), un producto prefabricado para intentar crear polémica, al estilo de Martyrs (Pascal Laugier, 2008) hace un par de años, pero que resultó ser una propuesta hipócrita, cobarde y poco honesta, todo lo contrario que su compatriota The Life and Death of a Porno Gang (Mladen Djordjevic, 2009), mucho más humilde en su exposición pero muy superior a aquella.

De sudamérica se presentaron la divertida película argentina Fase 7 (Nicolás Goldbart, 2010) que ganó el premio al mejor guión con un libreto que se atrevía a jugar con la paranoia mundial que se vivió durante la Gripe A, el fallido largometraje mejicano Somos lo que hay (Jorge Michel Grau, 2010) que contaba la historia de una familia de caníbales pero desde una óptica de realismo y denuncia social, y un ejercicio de estilo proveniente de Uruguay que bajo el nombre de La casa muda (Gustavo Hernández, 2010) quiso hacernos creer que se había rodado con una cámara de fotos y un único plano secuencia de 75 minutos.

De los países nórdicos, además de la ganadora del festival se proyectaron otras películas mucho más interesantes como la sueca Sound of Noise (Ola Simonsson y Johannes Stjarne Nilsson, 2010), una curiosa mezcla entre comedia, thriller policiaco y musical a lo "stomp" que logró una mención especial del jurado de la sección Noves Visions y la danesa Everything Will Be Fine (Christoffer Boe, 2010) que continuaba la inmersión del propio autor dentro de sus obsesiones personales, como son la superación de una pérdida, el proceso creativo y las confusas diferencias entre realidad y ficción.

España volvió a demostrar que se ha puesto las pilas con el cine de género con propuestas de lo más variadas, como la muy reivindicable Los ojos de Julia (Guillem Morales, 2010) que inauguró el festival y que, a pesar de las muchas e inmerecidas críticas, es un muy loable thriller de terror con ecos de Hitchcock, mucho más cercano al giallo que al cine patrio, o la comedia de acción gamberra y urbana al estilo Guy Ritchie que resultó ser Carne de neón (Paco Cabezas, 2010), o la ya mencionada anteriormente Secuestrados, un tenso y claustrofóbico thriller que recordaba al Michael Haneke de Funny Games (1997).

Del resto de Europa, lo más destacado vino de Italia, con La doppia ora (Guiseppe Capotondi, 2009) que ganó la Copa Volpi a la mejor actriz en el festival de Venecia con su curiosa mezcla de thriller, drama romántico y cine fantástico, y de Alemania con The Door (Anno Saul, 2009), un sorprendente drama fantástico que logró el méliès de plata en el festival de Bruselas.

Como no podía ser de otra manera, de Asia nos llegaron algunas de las mejores y más radicales propuestas: De Japón, Takashi Miike sorprendía con una historia de samuráis filmada de una manera sorprendentemente clásica, 13 Assassins (2010), que no decepcionó en absoluto y acabó consiguiendo el premio del público, además del premio al mejor diseño de producción. Todo lo contrario que Confessions, la notable cinta seleccionada por Japón para competir por el Oscar a la mejor película extranjera, que injustamente se fue de vacío. También proveniente del mismo país, Cold Fish (2010), la inclasificable y muy violenta última película del director Sion Sono alcanzaba el premio Casa Asia a la mejor película asiática del festival, y Takeshi Kitano que se olvidaba de sus intentos metacinematográficos para volver al cine de yakuzas con la seminal Outrage (2010). De Corea del Sur, el ex-ayudante de dirección de Kim Ki-duk, Jang Cheol-soo, debutaba con Bedevilled (2010) una contundente película que mezclaba con acierto el drama con el slasher en su catártico final, la muy correcta The Housemaid (Im Sang-soo, 2010), remake de la película homónima dirigida por Kim Ki-young en 1960, dejaba atrás el terror gótico de la original para jugar con un erotismo mucho más explícito y Kim Jee-woon, director asiduo al festival, volvía a traernos otro violento largometraje, I Saw the Devil (2010), con el que ya había escandalizado previamente en el festival de San Sebastián. Finalmente, de Hong Kong nos llegaba Dream Home (Pang Ho-cheung, 2010), una cinta muy gore que aprovechaba para criticar la imposibilidad de los jóvenes para conseguir independizarse en la actualidad y que ganó los premios al mejor maquillaje y mejor actriz.

Y del continente norteamericano, además de muchísima serie B que nutrió la sección de Midnight Extreme, también nos deleitaron con un magnífico documental (otra injusta olvidada en el palmarés) como es la brillante Catfish (Ariel Schulman y Henry Joost, 2010) que sorprendieron primero y emocionaron después con una historia real sobre las nuevas relaciones que se establecen en la era Facebook, con el retorno al cine de John Carpenter con The Ward (2010), una cinta que pese a contar con un guión mediocre demostraba la buena forma con la que todavía cuenta el maestro del terror, con una divertida película sobre un falso superhéroe, Super (James Gunn, 2010), que tomaba el relevo de Kick-Ass (Matthew Vaughn, 2010) pero se atrevía a ir mucho más allá, y con tres notables remakes, Let me in (Matt Reeves, 2010), nueva versión de la película sueca de culto Let the Right One in (Tomas Alfredson, 2008) que, pese a contar con más medios y mejores efectos, no conseguía hacérnosla olvidar, I Spit on your Grave (Steven R. Monroe, 2010), que poseía una media hora final que fue de lo más salvaje que se pudo ver durante todo el festival y Mother's Day (Darren Bousman, 2010), nueva y muy libre versión de un clásico de la compañía Troma que clausuró el festival y que acababa guardando más relación con la saga Saw (de hecho el director es el realizador de las tres primeras secuelas) que con la obra que la inspiraba. Y para acabar, proveniente del país vecino, Canadá, Les 7 jours du Talion (Daniel Grou, 2009) conseguía abrir uno de los mayores debates con su dura y seca historia de venganza protagonizada por un padre que secuestraba al asesino y violador de su hija de 8 años.

Bueno, espero que este breve compendio de lo que fue más remarcable para mi durante los diez días que duró el festival ayuden a alguien a recordar mejor lo que significó esta edición en años venideros, a mi seguro que lo hará.

Sergio Herrada Ruiz

martes, 5 de octubre de 2010

Wall Street. El dinero nunca duerme (Wall Street. Money Never Sleeps, Oliver Stone, 2010)



THE FROZEN TRUTH

En 1987 se estrenaba Wall Street, una película dirigida por Oliver Stone que pretendía ser una crítica despiadada al mundo de la bolsa pero conseguía todo lo contrario a sus pretensiones, ensalzando la figura del carismático tiburón de las finanzas Gordon Gekko y haciendo que cientos de espectadores alrededor del mundo contemplasen la opción de convertirse en un broker. Tan jugoso papel recayó en un, por entonces, poco valorado como actor Michael Douglas que, pese a su popularidad, no conseguía extraerse la etiqueta de hijo de Kirk Douglas. Su trabajo le proporcionó su único Oscar interpretativo (había ganado otro, varios años antes, en calidad de productor por Alguien voló sobre el nido del cuco (One Flew Over the Cuckoo's Nest, 1975) de Milos Forman) y el respeto unánime de la industria cinematográfica.

Han pasado 23 años desde entonces y ahora, después de las malas críticas y pésimas taquillas de sus últimas producciones, es el realizador el que se encuentra en una posición difícil. Este es el verdadero motivo por el cual el director ha dedidido que era el momento ideal para reunirse de nuevo con Michael Douglas y continuar la historia del icónico empresario, resultando un mero oportunismo el hecho de que nos encontremos en medio de una crisis económica mundial, porque no nos engañemos, la nueva versión de Wall Street no hace crítica alguna a la situación en la que vivimos, se trata únicamente de intentar reverdecer laureles y de recaudar el máximo dinero posible en taquilla.

Y es una pena porque a priori, la idea de que Stone hiciera una secuela de uno de sus primeros éxitos con la problemática económica actual que padecemos, parecía una oportunidad única para recuperar la visión crítica sobre la sociedad norteamericana que le caracterizaba (y que ha perdido en los últimos años con sus documentales partidistas y maniqueos sobre dictadores de izquierdas como fueron Comandante (2003) sobre la figura de Fidel Castro o Al sur de la frontera (South of the Border, 2009) alrededor de Hugo Chávez, más cercanos a panfletos políticos amiguistas que a verdadero cine), pero en lugar de ello, demuestra que ha perdido toda mordiente.

La acción tiene lugar en 2008, 20 años después de la original. Gordon Gekko, después de pasar 8 años en prisión, vive retirado del mundo de las finanzas y se encuentra promocionando el libro que acaba de publicar sobre la crisis económica que se avecina. Su hija Winnie, que le culpa de las desgracias por las que pasó su familia y que se niega a verle, está prometida con Jake, un broker con interés por las energías renovables y el medio ambiente que planea vengarse del dueño de una compañía rival al que culpa de destruir a su mentor. Gekko le ofrecerá su ayuda a cambio de que él le ayude también a recuperar la relación con su hija.

Si en la película de los ochenta el argumento versaba sobre la atracción que ejerce el poder, presentando toda una serie de personajes codiciosos y arribistas, y demostraba lo fácil que era corromper a cualquiera con un poco de dinero, en esta segunda entrega han borrado todo rastro de complejidad y dualidad moral. La escala de grises ha desaparecido por completo, siendo los personajes o buenos o malos (la integridad del protagonista está siempre fuera de toda duda), a excepción de Gordon Gekko pero el guión es tan pésimo que en ningun momento es posible que alguien llegue a pensar que se haya redimido (por mucho que en su parte final quieran jugar con la sorpresa y hacernos creer que estamos viendo uno de los juegos fílmicos de David Mamet, sin darse cuenta que en todo momento hemos sido conscientes del farol y de las cartas marcadas), de hecho, el libreto parece más interesado en la ecología (con momentos "didácticos" que parecen sacados de Una verdad incómoda (An Inconvenient Truth, 2006) el documental dirigido por Davis Guggenheim sobre las charlas que daba Al Gore sobre la destrucción de la capa de ozono) que en darle una mínima entidad dramática a Jack o a su historia de venganza personal, logrando que sus acciones nos resulten, en algun momento, incomprensibles y que la historia carezca de interés, obligando a todo el reparto a hacer lo que puede con unos personajes unidimensionales y, a veces, directamente estúpidos (como el de la madre de Jack, encarnada por una esforzada Susan Sarandon), siendo las apariciones de Michael Douglas el único aliciente de la propuesta, algo que debería resultar insuficiente para obligar a alguien a pagar lo que cuesta una entrada de cine, ya que como saben, estamos en tiempos de crisis.

Sergio Herrada Ruiz

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Buried (Rodrigo Cortés, 2010)

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ENTERRADO VIVO

En Final Escape (William Witney, 1964), uno de los más recordados episodios de la serie de televisión La hora de Alfred Hitchcock (The Alfred Hitchcock Hour, 1962-1965), un preso que planeaba su fuga acababa enterrado vivo junto al cadáver de la persona que le tenía que sacar de prisión. Un final aterrador que jugaba con uno de los miedos más arraigados en nuestra sociedad (a parte del de perder el empleo o no llegar a fin de mes), ser enterrados vivos. Una obsesión que ha sido plasmada en repetidas ocasiones tanto en literatura (por poner un ejemplo, Edgar Allan Poe en su cuento corto El entierro prematuro/The Premature Burial de 1844), como en cine y televisión (con Quentin Tarantino, en Kill Bill Volumen 2 (2004) o en Peligro sepulcral/Grave Danger (2005) su doble episodio para CSI, a la cabeza).

Buried es la última de estas propuestas que llega a nuestras pantallas. En ella, el director Rodrigo Cortés da un paso adelante después de su muy correcta ópera prima Concursante (2007), contándonos la historia de Paul Conroy, un transportista que trabaja en Irak que, después de que su convoy sufra un ataque, despierta enterrado dentro de una caja de madera con un mechero, un bolígrafo y un móvil con poca batería y menos cobertura. A partir de ahí, su único propósito será intentar que le rescaten antes de que se le acabe el oxígeno.

El realizador consigue construir una modélica cinta de intriga contando con un único espacio y un único personaje como absolutos protagonistas, logrando que la acción no decaiga en ningun momento y creando una tensa sensación de claustrofobia desde los primeros minutos de metraje, pero sin obviar las críticas al capitalismo y a la burocracia que ya aparecían en su obra anterior, incluyendo su corto 15 días (2000), el más premiado en toda la historia del cine español, o sus participaciones en el festival de cortos por internet Notodofilmfest.com, Los 150 metros de Callao (2002) o Dirt Devil (2007). De nada le sirven al protagonista tener un teléfono móvil de última generación ni ir logrando los números de teléfono que necesita, porque ni entiende el idioma de la pantalla ni consigue ir más allá de las preguntas preestablecidas de las teleoperadoras, chocando una y otra vez con mensajes de voz, llamadas en espera, cadenas de mando e intereses políticos varios.

El ejemplar guión escrito por Chris Sparling funciona a la perfección y, jugando a lo políticamente correcto dentro de una historia que es todo lo contrario, sabe ir más allá del maniqueísmo de buenos y malos en la que caen muchas de las propuestas americanas post 11S (los iraquíes también son víctimas de la política estadounidense que se han visto obligados, por pobreza y odio, a cometer acciones a la desesperada), pese a que acabe cargando las tintas hacia los dirigentes de las multinacionales.

Aunque la gran sorpresa la acaba dando Ryan Reynolds, un actor que hasta el momento parecía bastante limitado y centrado únicamente en protagonizar estúpidas comedias románticas y/o de adolescentes o en secundar películas de acción, que, metido en la piel del desesperado conductor de camiones, crea su mejor interpretación hasta la fecha. Siendo capaz de abarcar un amplio abanico de emociones y pasar de la furia al llanto o de la desesperación a la alegría en un par de tonos de llamada.

Ya veo el próximo anuncio de alguna compañía telefónica... Abónate a nuestra promoción de internet para tu teléfono móvil y estarás siempre localizable vía GPS, no sea que te entierren vivo...

Sergio Herrada Ruiz

jueves, 23 de septiembre de 2010

Carancho (Pablo Trapero, 2010)

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EL PODER DEL DINERO

carancho

  1. m. Ave falconiforme carroñera, de color pardo y cabeza blancuzca, que vive en Argentina.

En Argentina mueren 22 personas diarias como consecuencia de accidentes de tráfico, lo que supone 8000 personas al año y un millonario negocio alrededor de las aseguradoras y sus indemnizaciones. Un pastel económico de millones de pesos del que tratan de alimentarse tanto la mafia como la policía, los abogados y los médicos, dejando simples migajas para los accidentados.

Sosa y Luján son dos personas atrapadas en una realidad que se han visto obligados a vivir. Sosa es un abogado que debe trabajar para la mafia si quiere recuperar su licencia. Su objetivo son los supervivientes de los accidentes de tránsito y sus millonarias indemnizaciones, embaucando tanto a las aseguradoras como a los damnificados.
Luján es una doctora que tiene que trabajar varios turnos y sumar muchas horas si quiere tener una plaza estable en el policlínico. Durante el día hace turno en urgencias y por las noches recorre San Justo (dentro del conurbano bonaerense) en ambulancia, jugándose el pellejo entre borrachos, drogadictos y esquizofrénicos.
Ambos están cansados y se sienten solos, así que cuando se conozcan después de sucederse un accidente (uno buscando un posible cliente y otra intentando salvar una vida), se aferrarán el uno al otro. Pero si la incipiente relación significará para Sosa una oportunidad para (y un interés por) cambiar de vida, en el caso de Luján será un encontronazo con la vida real, un descubrimiento del oscuro negocio que existe a expensas de vidas humanas.

El mundo que plantea Pablo Trapero es completamente negro. La sensación de desamparo que consigue transmitir el filme es total, mostrando una corrupción que alcanza a todos los representantes de la ley (policías, abogados, jueces, etc.). El volumen de dinero que se mueve es tan grande que cualquiera puede salir impune de un crimen si es beneficioso para el negocio.

El sistema sanitario tampoco sale muy bien parado, con unas instalaciones en ínfimas condiciones, sobrecargadas de enfermos y con médicos y enfermeros que colaboran con los criminales, convirtiendo prácticamente en héroes a los doctores que como Luján son capaces de trabajar en tales circunstancias.

El director de las espléndidas Mundo grúa (1999), El bonaerense (2002) y Leonera (2008) continúa con su estilo cercano al documental, haciendo buen uso de la cámara al hombro y de los primeros planos. Una cámara que parece perseguir en todo momento a los dos protagonistas, invadiendo sus vidas y creando una total sensación de desasosiego.

La película rezuma realismo en todo momento, con un reparto excelente y unas localizaciones siempre creíbles, destacando el buen hacer y la buena química establecida entre Ricardo Darín y Martina Gusman, actriz fetiche (y esposa) del realizador.

Sergio Herrada Ruiz